jueves, 28 de junio de 2012

Marcada





A veces solo necesitamos un olor o un sonido para recordar algún momento de nuestro pasado, en otras ocasiones, nos sentimos identificados con la historia que nos cuenta la vecina cotilla sobre la cornuda del 2º, o nos vemos reflejadas en esa película lacrimógena sobre el amor desdichado...pero, a veces, tenemos un recuerdo tan olvidado y guardado bajo 540 llaves que, nos sorprendemos cuando lo vemos plasmado en las hojas de un libro. Este ha sido mi caso, con un libro que me recomendaron la semana pasada, el cual os recomiendo yo hoy:
"Las cincuenta sombras de Grey".

Está claro que hasta las Valkyrias fuimos en algún tiempo niñas, inexpertas e inocentemente dulces. Está claro también que en algún momento sucedió algo que nos hizo dejar de serlo, que nos volvió mujeres marcadas y quizá esta historia fue la que más me marcó...

Yo nunca fui una niña al uso, la educación de mis padres siempre fue muy liberal también en cuanto al tema sexual, siempre intentaron hacer de mí un ser fuerte e independiente. Estaba llena de curiosidad, de ganas de aprender en todos los ámbitos asi que, mientras mis amigas en el colegio jugaban aún con muñecas, yo veía Emmanuelle a escondidas (qué recuerdos..).
Tenía ganas de madurar, de ser mayor, me aburría con niñas de mi edad y de los niños ni hablamos. Los veía tontos, todo el día embobados detrás de una pelota. Ya había tenido mis primeros "rollos" en el portal de mi casa (mi primer beso fue a Carlitos, ¡señor qué nombre!, yo fui la primera teta que tocó), con esa timidez propia de la edad, de las nuevas experiencias, de las manos inexpertas por debajo del uniforme del colegio de monjas, con esa ilusión y esas mariposas tontas en la barriga que parecía que te provocaban ganas de hacer pis...
Llegó el tiempo de ir a la discoteca, "light" la llamaban, cerraba a las 10 de la noche y no se servía alcohol. Sabías que le gustabas a un chico porque un amigo suyo te había dicho que quería bailar contigo en los lentos, y llegaban los lentos y la media hora de rigor dando vueltas a la pista con una mano que te agarraba del culo, y los intercambios de babas (porque no, a eso no se le podían llamar besos). Cada vez sentía más que ese no era mi sitio, que no era eso lo que quería, así que cambié los lentos por salir a hablar con el portero macizo de la discoteca o con los camareros...Tenía 14 años.
Desde luego no tenía el cuerpo propio de mi edad, hacía ya 3 años que me había bajado la regla por primera vez, así que estaba prácticamente desarrollada. Tenía mis curvas, mis piernas torneadas, mi culo duro, mis tetas pequeñitas y un halo de inocencia que lo enmarcaba todo. Entonces le conocí. Le llamaré Mr. X.

 Mr. X era guapísimo, siempre iba vestido con traje, moreno, alto, ojos verdes, olía a perfume amaderado mezclado con el olor a aftershave, caminaba de forma elegante, casi felina y tenía una mirada capaz de congelarte y derretirte a la vez, para mí era poco menos que un Dios. Tenía fama de "malote", de andar en asuntos raros (aunque ese aire de peligro le hacía más atrayente). Siempre le veías con una mujer distinta y cada cual más despampanante. Babeaba cada vez que veía a ese hombre. Si alguna vez me cruzaba con él me quedaba mirándole fijamente a los ojos y él hacía lo propio, (creo que jamás se hubiese fijado en mí si no hubiese sido por mi descaro). Le sonreía, le buscaba, me hacía la interesante cuando sabía que me estaba mirando...
 hasta que un día le solté:
-En vez de mirarme tanto podías invitarme a una Coca cola..
No sé de donde saqué el valor ni la cara dura (¡tenía 14 años!), pero lo hice y él no pudo evitar sonreir y soltar un:
-Vamos.
Subí a su coche, un BMW, él iba fumando y se mezclaba el olor a humo con el suyo, mi estómago era una montaña rusa, no podía quitar el rubor de mis mejillas, ni la sonrisa de mi boca. Le miraba de reojo mientras conducía, no podía ser más guapo joder...
-¿No te da miedo subirte en el coche con alguien que no conoces? Ni siquiera sabes como me llamo - me dijo.
-¿No te da miedo subir a tu coche a alguien que no conoces? Podría ser una psicópata...-y su risa resonó en mis entrañas- además si sé como te llamas, eres Mr.X y dicen que no eres nada recomendable.
-¿Tú crees eso?
-En realidad me da igual lo que seas, solo vas a invitarme a una Coca cola, no voy a casarme contigo...(Dios, recuerdo la sensación por dentro mientras lo escribo, estaba exultante, tenía toda su curiosidad y su atención)
-Te llamas Alexandra, ¿verdad?- (¡Sabía mi nombre!, había estado preguntado por mí...) hice un gesto con la cabeza -Y dime Alexandra, ¿cuántos años tienes?- (buff, eso no me lo esperaba, ni siquiera le había dado importancia)
-Voy a cumplir 18 en Enero- mentí.
-¿Quieres saber cuántos tengo yo?- asentí. -Tengo 42. (Joder, era más mayor que mi padre)
Me atenazaban los nervios, pero no podía dejar que se me notase, qué más daban los años si solo quería estar allí, si estaba viviendo lo que tantas veces había deseado en secreto...así que desterré los miedos a un rincón y volví a lucir sonrisa, volví a sentirme mujer.
Aparcamos, y me dijo que esperase para abrirme la puerta del coche, me sujetó de la mano y una descarga de electricidad nos recorrió.. estaba demasiado cerca de él, podía notar el calor que despedía su cuerpo y su mirada
-Hueles a inocencia, niña...- susurró aspirando.
-Tú no hueles demasiado a viejo - le solté mientras empezaba a caminar hacia la cafetería donde me había traído, pude notar como sus labios se tensaban aguantando la sonrisa, como clavaba su mirada en mí, y como, por primera vez en mi vida, me sentía deseada y eso, eso se sentía jodidamente bien.
Estuvimos en la cafetería un buen rato, casi todo lo hablaba yo, él se limitaba a escucharme con una sonrisa de medio lado. Le encantaba mi expresividad, el brillo de mis ojos al hablar de la carrera que quería estudiar, de mi vida...Se me pasó el tiempo volando, tenía que estar en casa a las nueve y eran casi las diez pero, ¿cómo iba a decirle que tenía que estar en casa a esa hora con 17 años? (Afortunadamente aún no tenía móvil sino mi madre me hubiese frito a llamadas)
 Quería enseñarme un sitio así que pagó y volvimos al coche, me llevó a su rincón favorito, la playa. Bajamos del coche y me pasó algo muy de película romántica, me puso su chaqueta por encima de los hombros...y ahora, al volver a recordarlo siento las mismas cosquillas en la barriga. Recuerdo sus manos deslizándose por encima de la chaqueta, como metió mi pelo por detrás de mi oreja, como levantó mi barbilla para que le mirase y sobretodo, recuerdo la mirada hambrienta un segundo antes de que me besara. Fue dulce, fue pasional, fue dolorosamente lento, fue...mi primer beso.
Sabía que nada de eso estaba bien, que había mentido, que mis padres iban a matarme por llegar tarde, que las niñas no juegan a ser mujeres, que los hombres no juegan con niñas...pero nada de eso importaba, tenía la cabeza nublada, me temblaba todo el cuerpo y solo pude agarrarme a la cara de aquel hombre que, en ese momento, era mío...
Mr. X



Continuará....



Ahora que vuelvo a releer lo que escribí en papel, creo, por como está escrito, por todos los recuerdos que me trae, incluso por el brillo que siento en mi cara ahora mismo, esta entrada debería haberse titulado... Querido Diario:




domingo, 3 de junio de 2012

Me apetece(s)


*Photo by François Benveniste

Me apetece ser Yo, sin máscaras...
Me apetece ser sincera, sin peros...
Me apetece vaciarme ante esta pantalla, sin miedos...

Me apetece llorar, decirte cuanto te echo de menos, que vuelves con cada atardecer, que me aterra no olvidarte, que me duele no tenerte, que me matan tus silencios, que me ahoga Soledad, que se me arrugan los dedos de tanto que te pienso, que dañan tus recuerdos, que tengo un motivo menos para sonreir, que no sé ser Yo sin ti...

Me apetece que recuerdes, que cierres los ojos y sientas como tus dedos se hundían en mi pelo siempre que se te antojaba, como mis manos te atraían hacia mi cuerpo para sentirte, que rememores el olor que subía por mi camiseta de algodón, el olor de mis pequeñas tetas mezclado con mi perfume y el calor que provocabas en mí, que saborees mi saliva en tus labios, tu lengua hundida en mi boca intentando tocar mi alma, que susurres en mi oído cuanto me deseas, que me empotres en la pared más cercana, que separes mis piernas con tu rodilla, que adelantes la pierna hasta entrometerse entre ellas, que notes mi calor, mis ansias, mis dedos en tu espalda intentando arañarla, levantar tu camiseta, que quites la mía, que acaricies mi piel morena con la carne de gallina por los escalofríos que la recorren, que me agarres del culo para levantarme, que mis piernas rodeen tu cintura, que te chorree mi humedad por el abdomen, que sin dejar de devorarme desabroches tus pantalones con una mano, que los bajes solo lo suficiente para liberar tus ganas, dura, grande, perfecta; que apartes mi tanga, que te hundas dentro de mí, fuerte, sin contemplaciones, como lo hiciste en mi vida, en mi jodida cabeza; y que te corras, que te corras mientras me muerdes la boca, mientras absorbes mis gemidos, mi aliento; y que me mires, que me apartes el pelo sudado de la cara y que veas en mis ojos que soy tuya, que te pertenezco, que siempre lo he sido aunque ahora me marquen otros cuerpos...

Me apetece que escuches como me siento...

Me apetece odiarte, arrancarte de mis sentidos, llamarte cabrón, escupirte a la cara todos mis reproches, que nunca pensaste en mí, que solo decidiste por ti, que nunca quisiste entregar lo suficiente porque tú ya lo tenías todo, que no apostaste por mí, que me mentías y te engañabas, y la engañabas a ella, y aún lo haces...

Me apetece que me leas, que leas esto y te remueva por dentro todo lo que me produce a mí, que se te claven todas y cada una de las aristas de estas letras, que te duela, que te retuerzas con cada recuerdo bonito, con cada "Te quiero"; que llevo demasiado tiempo siendo la tonta que solo espera que seas feliz, que te desea lo mejor cada mañana, que te antepone a todo, incluso a ella misma, que no, que ya me he cansado...

Me apetece que descuelgues el puto teléfono para escucharte pedir perdón, que te arrepientes de todo el daño que me has hecho, de este cadáver desconfiado en el que me has convertido, me apetece que llores todo lo que he llorado yo, que confieses todas y cada una de tus mentiras, que me cuentes que tu vida es una mierda, que no consigues ser feliz en su cama, que solo rellena un hueco, pero que jamás llenará tu alma como la llenaba yo...

Me apetece que te arrastres, me apetece que te arrodilles, ¡qué coño!, que hundas tu lengua entre mis piernas, empaparte la cara como ahora mismo lo está la mía, pero con lágrimas de placer, con rabia...

Me apetece que te coloques a mi altura, que me abraces, hundir mi nariz en el lunar de tu cuello, descansar, latir contigo...

Me apetece dejar de estar enfadada contigo, con el mundo, conmigo por no haber sido suficiente... 

Me apetece admitir que no, no soy esa hija de puta que me gustaría ser, que nunca seré capaz de hacerte daño ni de desearte nada que no quisiera para mí...

Me apetece mirarte a los ojos y dejarte marchar...

Me apetece ser Yo, sin ti.

A veces, para liberarnos de nuestros temores debemos ser capaces de afrontarlos, de ponerle nombre y apellidos, de ser sinceros con nosotros mismos, de mirar más allá de nuestras entrañas y reconocer que, aunque echemos algo de menos durante toda la vida, también somos capaces de seguir (sobre)viviendo. 
¿O no?

(¿Me dejáis que os haga una recomendación? Echadle un vistazo a un maestro de la fotografia y deleitad vuestros sentidos...